jueves, 26 de julio de 2012

Cynthia Bustillos


Fotografía: José Ramírez.










  

Nombre: Cynthia Bustillos
Nacionalidad: Venezolana
¿Dónde naciste?  Nací en Caracas, pero viví y me crié en Puerto Píritu, Clarines y en la hacienda La Goleta, entre otros lugares y espacios. En estos puedo decir que realmente nací.
¿Qué cosas en tu niñez te inspiraron para convertirte en ilustradora? En mi infancia yo no tenía consciencia de la existencia de ilustradores, escritores y artistas. Aunque nací en Caracas como dije, me crié en un pueblo, Puerto Píritu (yo creí que su nombre se debía a que vivían ¨espíritus¨ ahí. Pensé que habían suprimido la primera sílaba “es” de la palabra para darle más misterio o disimular) y viví también en una hacienda llamada La Goleta. Tenía muy pocos libros de los cuales uno sí lo recuerdo precisamente por el impacto que me causaron sus  ilustraciones, Cuentos de Hans Christian Andersen, ilustrados por Arthur Rackhan. Tenía cerca de cuatro años y vine a saber quiénes eran ellos (Rackham y Andersen) ya casi de adulta –en ese momento ni me preguntaba quién escribía un libro ni quién lo ilustraba; tenía menos de cuatro años y creo que ni me preguntaba cómo se hacía un libro ni de dónde había salido ese en particular– lo que sí recuerdo es haber tenido la conciencia de no poseer muchos libros y sentir que ese en particular era el libro más importante que tenía y pensé –lo recuerdo-  que como era tan grande con tantas palabras me alcanzaría para toda la vida. Y no me equivoqué. La imaginación y el mundo que despertó, resultó inagotable. Fue vislumbrar que no sólo había un mundo “allá afuera”  sino que ahí dentro de ese libro había otro mundo, eso sí lo sentí. Aun lo conservo, está prácticamente destruido y en las primeras páginas están mis intentos de unos dibujos de seres cabezones y unas supuestas letras o garabatos... Esas ilustraciones de árboles y flores que parecían personas y duendes y sombras me impactaron, creí sin embargo que tenía un poder mágico porque los duendes, sirenas o hadas, esos seres me impresionaron y supuse que existirían, pero sabía que eran irreales, fue muy extraña y fuerte la impresión que causaron las ilustraciones de Rackhan siendo yo tan pequeña. O así lo recuerdo. Quería saber qué decían todas esas letras. A los cuatro años yo ya leía corrido, mas ese libro seguía siendo muy profundo e inmenso. Creo recordar que los primeros cuentos que haya leído fueron El impávido soldado de plomo, El patito feo, El viejo concialisueños y La sirenita. Me los leía yo misma con lentitud. Ese libro era mi fortuna y tesoro tratándose de libros, me sentía muy afortunada por tenerlo. Definitivamente las imágenes me hablaban y cuando comprendí alguna historia, cuando logré terminar de leer algunas me parecieron tristes e intensas –aunque no ubicara estas palabras– eran así, lindas aunque tristes, fantasiosas y mágicas y sus dibujos las hacían el doble de fantásticas y eso que son historias largas con pocas ilustraciones. Me encantaba ese libro, pero no lo leía mucho, por ser tan largo, veía más sus imágenes y con eso me bastaba. No leía tanto sino que jugaba y escuchaba más bien las cosas y la gente del pueblo, las historias, los cuentos y la forma curiosa como hablaban que yo me empeñaba en imitar, quería ser como los campesinos o jugar a cosas del campo. A eso jugaba. Creo que principalmente fue la naturaleza la que me despertó la sensibilidad estética o el sentido de la poesía y la imaginación, no sé si lo externo es lo que despierta esos sentimientos o es algo que ya trae uno y simplemente se despierta en la contemplación de las cosas y las vivencias. En la escuelita del pueblo donde aprendí a leer pasaban las gallinas frente al escritorio de la maestra Concha, éramos pocos y no todos niños pues algunos más grandes, adultos creo, aprendían a leer ahí –por eso creo que todos aprendimos a leer juntos y tan rápido, pues todos, sin importar la edad estábamos ahí para aprender a leer–. De esa escuela conservo muchos recuerdos que junto a toda mi infancia, es algo que atesoro. La lluvia por ejemplo, hacía que el paisaje se viniera o adentrara, casi cayéndose dentro del salón. O por el contrario el polvo amarillo parecía cubrir las cosas como una nebulosa. Las gallinas con su paso diario interrumpiendo me encantaban. La naturaleza con sus formas, colores, aromas y sonidos fueron mis libros y mis mayores referentes artísticos y experiencias sensibles. Ir todas las tardes a la playa y quedarnos con mi mamá y mi hermano ahí en la orilla. Darle de comer a los loros de las vecinas viejitas y su verja de matas, ver las culebras y cuidar a los animales. Ver el paisaje, ir a ver a los venados que vivían en un parque, pasear en mi burro –cuando era muy pequeña– y luego al ser más grande tuve mi propio caballo y cabalgar por la playa junto a mi hermano más que todo.  Dibujaba personajes, mujeres, espantos y sirenas sobre la arena con una vara seca o un palito cualquiera, le ponía de complemento algas para hacer los cabellos, palmas y conchas de coco para los vestidos y restos de mil cosas que la marea llevaba a la playa de los desechos de los barcos o no sé de dónde; quizás no eran de los barcos –eso me decía mi mamá, que los tiraban de los barcos y yo pensaba que lanzaban cosas muy extrañas, hasta cabezas de muñecas de plástico–. Todo eso creo fue lo que labró la sensibilidad necesaria para que fuese creciendo esa “mirada” y ya de adulta reconocerme en el arte y los procesos artísticos como vía inequívoca para expresarme y acercarme al mundo, al otro.  Por otro lado, fue y será siempre la pintura –para hacer una distinción entre ilustrar– la que marcará todo el eje de mi expresión. Los libros para niños los conocí ya bien tarde, de adulta cuando trabajé en el Banco del Libro, institución en la que me formé y aprendí todo lo que sé sobre libros para niños. Ahí tuve la dicha de enterarme que dos amigos con los cuales había estudiado arte –me permito nombrarlos– Laura Stagno y Gerald Espinoza, se habían convertido en reconocidos ilustradores y pensé que quizá yo también algún día podía ser ilustradora. Recordé cómo veía pintar a Gerald y Laura que un día me regaló el grabado de un chivito. Y ahora se dedicaban a ilustrar; eso me sirvió de inspiración y debo confesar que estaba muy orgullosa de que ellos hubiesen sido mis amigos. Me costó un poco –lo de llegar a ilustrar y hacerme un pequeño espacio– pero luego todo marchó muy bien, fue como un destello, de pronto todo se encaminó. Me marcó positivamente el haber estudiado arte y ser ésta mi formación. También el trabajo que tuve durante buena parte de mis estudios de arte. Como en el tercer año de mi carrera tuve la posibilidad de conseguir un maravilloso trabajo en un proyecto de restauración de obras de arte en monumentos arquitectónicos. Ese trabajo estuvo lleno de estímulos relacionados al área de historia, arqueología, fotografía, arquitectura, pintura, muebles, objetos y superficies en general.  Recuerdo con mayor impresión –por su influencia en mi mirada, en la capacidad de observación– el trabajo en pintura mural y el decapado de superficies a través de métodos físicos (con bisturí) y químicos; así como el trabajo de reintegración cromática en las obras de arte  –específicamente con la técnica llamada *trattegio en los trabajos de restauración de las pinturas de gran formato (Batalla de Boyacá de Martín Tovar y Tovar y Venezuela recibiendo los Símbolos del Escudo Nacional, de Pedro Centeno Vallenilla) adosadas respectivamente en techo y pared, en monumentos arquitectónicos (en el Palacio Federal Legislativo) que fue donde hacíamos todo esto –cosa que se  hacía en equipo, pues yo no soy restauradora, lo hacíamos bajo la guía de especialistas–. El trattegio, en lo que noté que sobresalía, así como descubrir pistas, datos faltantes, información, consiste en la yuxtaposición de largas líneas verticales de color puro que se distribuyen en la laguna o faltantes –de la obra– según el análisis y división de los colores de la pintura original que la circundan. La tonalidad obtenida por el artista de la obra con la mezcla de sus colores en la paleta es conseguida por el restaurador (o técnico) examinando y descomponiendo (en una paleta) sus valores y distribuyéndolos de nuevo, con el rayado, sobre el estuco, para que el espectador vuelva a organizarlos y componerlos en su retina desde lo lejos. Nunca es para imitar el original, estas “rayas” desde la distancia se observan como un todo, pero de cerca el trabajo de intervención es y debe ser evidente. El haber podido practicar esta técnica en dos obras durante tanto tiempo todos los días, generó una formación a nivel visual que me permitía lograr las combinaciones de color en esas superposiciones, de una manera muy efectiva, una gran experiencia del color que dudo pueda repetirse en mi vida; digo de esa forma tan estructurada. Ese trabajo fue una educación de sensibilidad en todos sus aspectos.
Y, como dije, trabajar en el Banco del Libro, todos estos creo, fueron los detonantes, referencias y circunstancias que me llevaron al mundo de la ilustración y los libros para niños ya que de diferentes maneras estimularon y sirvieron de formación. Debo decir que los amigos que hice en esos espacios, la escuela de arte, en el proyecto de restauración del PFL y en el Banco del Libro, fueron determinantes en ayuda, estímulos y referencias que siempre compartieron conmigo. La ilustración es un oficio lindísimo y me encantan los libros para niños. Aunque admito que la pintura como forma más autónoma y como experiencia sensible ocupa el primer lugar en mi ser o más fiel a mi expresión artística del mundo. Intento en la ilustración, abordar la composición de la manera y respeto con que lo haría en una pintura, pero son procesos muy diferentes. No me interesa ilustrar revistas, enciclopedias, libros escolares. Me interesan libros de ficción y proyectos con visión artística y donde el editor –y no tanto el autor– tenga el control creativo del proyecto. Sin embargo prefiero ir poco a poco, agradecer las oportunidades que se presentan e ir escogiendo o participando en diferentes proyectos pues siempre uno decide si participar o no –claro, si seleccionan o buscan tus muestras, tu estilo–. Si se casa tu estilo o expresión con el proyecto editorial o lo que busca el editor.
¿Qué libro relees, qué autor? Releo especialmente a los poetas. Con la narrativa me pasa que me gusta o bien ir descubriendo nuevos autores –es decir, uno que yo no haya leído– o tratar de leer la obra completa de algún escritor que ya me guste. O bien hacerlo con los clásicos. Para ser un poco más específica, creo que el libro que más releo es el Kokinshu (poesía clásica japonesa) ni siquiera lo guardo en los estantes, y luego a Rilke al que suelo volver. Por otro lado, no conozco toda la obra de Bachelard pero, La poética del espacio siento que habría que siempre releer –así como El principito– y, por mi parte debo y quiero leer toda su obra. Podría perfectamente releer todos los libros –todavía no abarco toda su obra– de Yasunari Kawabata y el ensayo de Junichiro Tanizaki, El elogio de la sombra. Hay otro libro base en mi vida, Reflexiones sobre el Arte de Henri Matisse y ahora recuerdo Cartas a Theo de Vincent van Gogh. Pero en mi cabeza rememoro muchos, muchísimos pasajes, le debe ocurrir a todos ¿no? de escenas de infinidad de libros. Esas ensoñaciones me parece pueden ser, como relecturas de esas novelas o narrativas que tanto disfruté leer. Eso es vital para mí, porque leer es como vivir otras vidas y luego, al recrearlas de alguna manera se quedan en tu vida. Esas imágenes se quedan inscritas en la memoria, quizás como un pasado, o un sueño, como la música. Algunos escritores predilectos –de los que he podido leer pues mucho es lo que me falta– permanecen fieles en mi gusto son: Yasunari Kawabata, Yukio Mishima, Banana Yoshimoto, Kenzaburo Oé, Irène Némirovsky, Paul Auster. Tengo tiempo olvidado a Amos Oz. Amé el libro El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy. La literatura japonesa juega un papel importante en mi historia personal de la lectura.
¿Qué libro no pudiste terminar, y por qué? Tengo la costumbre de terminar de leer los libros que adquiero. Leer es mi debilidad y suelo comprar y leer libros por puro placer, por esto los termino. Supongo que muchos no los terminé, pero ya no recuerdo. Me sucede que por leer varios al mismo tiempo puede que avance más una lectura que otra, o que inicie una nueva sin adelantar o terminar una previa, pero es cuestión de semanas y meses que vaya, con mucho orgullo, placer y algo de lentitud, terminado de leer mis libros. (Pero la lista o cola de espera crece en vez de disminuir porque compro libros más rápido que lo que los voy leyendo). Los libros que tengo por leer los coloco horizontalmente para distinguirlos de los verticales –que son los que ya he leído– esto me da una idea de cómo voy. Al terminar de leer uno, pasa inmediatamente a posición vertical. También influye que leo un poco lento pues imagino y pienso mucho entre líneas. Por otro lado me interesa básicamente leer libros en formato tradicional; en digital no tengo tanto ánimo para la lectura, es algo que uso, pero de forma muy puntual y no exacerba mis deseos por la lectura, no de la manera que me produce el libro de papel.
¿Qué autor no te gusta? No sé, hay muchos libros que no me gustan y que podrían no gustarme porque hay muchos escritores. Lo que me gusta es saber qué quiero leer y sentirme orgullosa de tener unos amigos y moverme en un círculo de muy buenos lectores, con lo que siempre estoy en el maravilloso estado de estar leyendo algo bueno o estar a punto de hacerlo o superarlo. Hay que saber qué quiere leer uno porque a veces es cuestión de una atmósfera, es decir, entre varios buenos libros puede uno querer algo en particular y rechazar otros –igualmente buenos– en determinado momento. Así también pasa en la música ¿no?
¿Cuál es tu ilustrador preferido? Supongo que Arthur Rackham, Beatrix Potter, Arnold Lobel; me gustaría poder dibujar como ellos, como un ilustrador antiguo. Me gusta Anthony Browne, Shaun Tan, Jimmy Liao. La ilustradora francesa de origen iraní Mandana Sadat me cautiva, El Jardín de Babaï –el corderito– y Mi león son unos libros preciosos y entrañables. Ah, y el trabajo de la ilustradora Dayal Kaur Khalsa es algo que me hace realmente conmover por su plasticidad y libertad, ella es mi preferida, me quedo viendo siempre sus cuadros, todos sus detalles y sus colores, su forma de dibujar.
¿Qué libro (o de cuál escritor) te gustaría ilustrar? Sería ideal que ilustrara algo escrito por mí, es lo que debería hacer, pero realmente el texto, no sé, no me gustaría hacer un texto de relleno ahora que tanta gente escribe libros para niños. Quizás lo más sensato o grandioso es simplemente poder ilustrar un buen texto que un editor te envíe. Me hubiese gustado ilustrar poemas de Eugenio Montejo (Eduardo Polo); me encantaría ilustrar un libro de algún amigo, tengo amigos muy talentosos pero no puedo nombrarlos a todos. También tengo un deseo muy especial que una amiga ilustradora –que ya es famosa, ella sabe quien es, todo el mundo la conoce– que ella ilustrara un poema que yo tengo sobre un gato sin cola, ella lo quiere ilustrar pero no hay quien lo publique. Y se me ocurre que me hubiese gustado ilustrar algo de Rudyard Kipling, El libro de la selva, pero me va mejor ilustrar textos más breves. Sí sé por otro lado para qué editoriales y con cuáles editores me gustaría trabajar e ilustrar algo, pero no lo digo por discreción. La figura del editor es muy importante, él puede asegurar un buen texto –es él quien escoge el texto, al ilustrador, al diseñador, la imprenta, el tipo de proyecto que quiere editar… en fin, es el que guía– y es su misma persona la que toma casi todas las decisiones, es decir, mucho del propio éxito de uno depende del editor, él es el que visualiza al libro como un todo, como un formato más para expresarse artísticamente.
¿Con qué personaje literario te identificas? Me identifico puede ser con varios, no de una manera tan literal claro, pero me pasó con los gemelos Estha y Rahel en El dios de las pequeñas cosas; con el personaje Ada en Los perros y los lobos de Irene Nemirovsky. ¿Con Mikage? en Kitchen y otros personajes de BananaYoshimoto. Me identifico en cada obra de Yasunari Kawabata; parece que me disgrego y reunifico en la infinidad de personajes de Auster. Con ciertas obras de Mishima siento como un reflejo anímico en todo el paisaje, es muy raro. Especialmente con más intensidad me sucedió con El rumor del oleaje. También podría decir que me identifiqué con algunas pequeñas escenas o momentos, de Mi vida de Hans Christian Andersen, que es su autobiografía. Cuando era pequeña me identificaba con Pippi Calzaslargas pues tenía mi propio caballo blanco –una yegua– junto a otros animales, en un espacio donde había más plantas y mar que personas o niños, como ya he contado.
¿Con qué libro has llorado? Con el primer libro que recuerdo haber llorado fue con Raíces de Alex Haley, fue hace muchos años atrás, casi veinte años han pasado creo, cuando debí guardar reposo por cerca de dos meses y medio a causa de una hepatitis. Recuerdo que tomé el libro simplemente por su grosor y que la portada me parecía horrible, pero ya sabía que debía quedarme en cama. Supongo que sus primeras frases llamaron mi atención puesto que de lo contrario no lo hubiese leído. Pensando, por cierto, en la enfermedad, quizás no sea lo ideal, pero la enfermedad puede inclinar con mucha intensidad a la lectura, ya que es inevitable que no pudiendo uno bajarse de la cama, ni salir de una habitación, se refugie en la lectura o mirar por la ventana o encontrar hasta un mundo en las vetas de las paredes o el techo. Será por esto que siempre usan el libro relacionado con esa metáfora de una ventana o del viaje; desde la inmovilidad viajas a muchas partes y es como si hablaras con muchas personas que sería imposible conocer en una habitación de una clínica o en tu propia habitación. He llorado con muchos otros, con El libro de las ilusiones de Auster, con El Sari rojo de Javier Moro –lloré y estuve muy triste por la muerte de Indira Gandhi y luego la de Rajiv, aunque esos sucesos ocurrieron ya hace tantos años–, con Banana Yoshimoto, con Yukio Mishima, no sé, soy muy sensible a la lectura pues me introduzco en el texto o él en mí, de una manera muy vital. Los autores japoneses suelen ocasionarme los choques más conmovedores en belleza, poesía, sutileza y tristeza; y la emotividad de sus paisajes la he encontrado –aunque de una manera muy distinta– en algunos textos de autores haitianos; esa pasión e influencia del paisaje en sus páginas y emociones.
¿Qué es lo peor que podrían decir de tu trabajo? No sé. La gente sí me ha dicho cuáles les gustan más que otros entre los que he realizado.
¿Qué clase de trabajo debes hacer, dada tu profesión, pero que no te gusta? Yo soy pintora, de formación, espíritu y oficio, así que haga lo que haga incluso cuando no esté pintando, sigo siendo esencialmente pintora, pues así es como me acerco al mundo. Es decir, aunque haga algo, una actividad que me guste o no me guste, por dentro siempre soy pintora y eso nadie puede quitártelo. Es como un espacio del ser. Luego, como ilustradora lo que menos me gusta principalmente son proposiciones de libros para terminar en uno o dos meses; pintar con prisa es un trabajo espantoso –como comida rápida o relaciones superficiales– . Lo otro que no me agrada son contratos sin derecho de autor o regalías de un porcentaje minúsculo como hormiga –prefiero leer o pintar un cuadro– ir a mi oficina a trabajar ya que por ello me pagan. Y tomar un pincel para terminar rápido cualquier cosa o someterme a una presión innecesaria relacionada a la pintura no es algo que pueda agradarme, necesito cierto tiempo. Claro que hay sus excepciones, casos que uno decide tomar porque te interesan otras cosas, trabajar con cierto equipo, editor, diseñador, para una editorial “x”, por diversas causas o momentos, pero uno decide. Lo otro que no me agrada mucho es tratar directa y hasta indirectamente con el autor, para mí el que concibe el libro es el editor y con éste es que me gusta relacionarme y tratar laboralmente. Que tenga una cultura visual que le permita hacer, corregir y dar libertad de acción en el proceso creativo; comprendiendo que hay tiempos de entrega que deben cumplirse. Pero bueno, uno va trabajando como bien puede. De todas formas yo no vivo de ilustrar. Por otro lado, no puedo dejar de sentir una ruptura en el proceso creativo –y esto, creo es por ser pintora– entre la pintura y la ilustración, son oficios hermosos y aunque en ambos trabajo con pinceles, son ámbitos muy diferentes. Y no es precisamente porque yo subestime la ilustración pues intento como ya he dicho, abordar cada lámina como un espacio compositivo, con el mismo respeto que le doy a otro. Pero es la secuencialidad y el trabajar en equipo –con materia de otros lo que inevitablemente lo hace diferente. La libertad y el espacio casi unificado, el ritmo, el tempo que me otorga la pintura es imposible –para mí– obtenerla en la ilustración. Es muy interesante las variaciones en las cosas. También es como restaurar un cuadro; hay cosas que se parecen, se tocan, pero no se sienten igual. Sin embargo la intención, el acercamiento y la actitud sencilla que se genera en la misma acción de tomar un lápiz, un pincel en un soporte cualquiera; un trazo, una pincelada, tienen en sí mismas una fuerza primigenia sea cual sea el contexto.
¿Cuál ha sido aquél trabajo que te salió tan mal que no quisieras recordar?  No soy tan famosa ni he realizado tantos trabajos, por lo tanto no puedo decir todavía que de algo me arrepiento. Estoy muy agradecida de cada uno de los trabajos de ilustración que he realizado. Mi preferido en cuanto a proceso, dirección y consecución, fue mi primer libro con Camelia ediciones; también el que dirigió María Fernanda Paz Castillo, A la una la laguna de Jairo Ojeda con Random House Colombia. Creo que con lo que respecta a mi parte (desde el resultado final hasta el cumplimiento de los tiempos con los que procuro ser muy responsable y puntual) he hecho muy bien mi trabajo en los diferentes proyectos en los que he participado. Particularmente hasta ahora no quisiera ni olvidaría ninguno de ellos, ni a las personas con las que he trabajado, pero repito, no he trabajado tanto. Y claro hay cosas que salen mejor que otras por tantos motivos. Estos dos proyectos que te nombro en particular me gustan mucho por el proceso creativo tanto personal como el proceso de edición que tuvieron, eso en conjunto. Puede como ya dije, que haya cosas que nos gusten más y procesos más afortunados que otros, pero de verdad me ha sido muy grato y me siento muy agradecida de las experiencias en las que he participado como ilustradora.
¿Consideras que tienes un estilo? Sí, considero que tengo un estilo –esta es mi opinión– que es inevitable tener un estilo. El estilo es el rasgo, la expresión de lo que uno es. Cuando los otros nos presienten, nos descubren, nos reconocen en una pintura o ilustración, o en cualquier manifestación artística que hagamos, no es porque nos “repetimos” sino que no podemos dejar de ser quienes somos y esto se ve reflejado en nuestro trazo y en todos los elementos de nuestra composición (cómo son nuestras líneas, contornos, colores, vacíos). Ciertamente esto sucede o es algo que se va construyendo y va surgiendo como un hecho natural en el proceso creativo de toda persona. Inclusive cuando uno por etapas ve que ha hecho cosas muy diferentes, si uno deja pasar los años y coloca todas esas piezas en retrospectiva, estoy casi segura de que puede uno encontrar los hilos conductores que unen todo eso que nos parece tan diferente; no sé si me explico. Supongo que quizás alguien más direccionado al área publicitaria, pudiera hacer eso de “cambiar de estilo” o adaptarse al cliente o generar diferentes propuestas de una sola idea, no lo sé. Creo que cuando un editor lo busca a uno, le pide hacer unas muestras y lo casa con un texto o proyecto editorial, es precisamente por todo lo que ve, lo que le dice nuestro estilo, nuestra expresión plasmada en una superficie. Es nuestra manera de ver las cosas que se cristaliza en cada uno de los elementos del lenguaje plástico, de nuestro dibujo, técnica, etc. Creo que tratándose de la expresión artística, pictórica; en nuestro estilo nos reflejamos como personas, es como si cada acto cotidiano y el más íntimo pensamiento, se hiciera forma evidente plasmada en una ilustración, o en una pintura. Nuestro proceso creativo cristaliza en una materia, y ésta refleja nuestra expresión –y me permito ir más lejos- refleja incluso nuestro espíritu, en la manera como trazamos. Bueno, como dije, esta es mi opinión y supongo que no todos pensamos igual o no lo veamos necesariamente así. A mi me gusta ver el estilo de los otros, ahí veo a la persona, la distingo.
¿Qué sientes cuando estás frente a una hoja en blanco? Básicamente que mi cabeza empieza a hacer mil relaciones, pero que no surgen necesariamente ahí pues previamente ya hay detonantes, el texto en el caso de la ilustración y cuantos otros referentes que guardamos en la memoria. Ahí empiezan todas las relaciones y viene la idea que se concreta, que se hace línea, gesto, secuencialidad. Otras cosas surgen en el mismo proceso.
¿Qué lugar de tu casa prefieres para ilustrar? Toda mi obra pictórica y mi trabajo de ilustración lo he hecho en mi habitación, que es la más grande de mi casa y donde siempre he procurado tener un espacio y las herramientas más básicas o necesarias para trabajar. Ahí genero todo.
¿Qué te inspira? No puedo decir exactamente lo que me inspira ya que me resulta algo dificultoso expresarlo. Es una mezcla de todo, de la mirada, de referentes, de imágenes reales, ensoñaciones cinematográficas, de lecturas, sentimientos o emociones. Los árboles, la incidencia de la luz sobre las cosas, el recuerdo del mar y los caballos, la fuerza poética de la literatura japonesa y su cultura. De mis libros en general. La imagen y la mirada viene y concreta todo, pero es como si nunca fuese lo que uno vio sino otra cosa nueva o simplemente la imposibilidad de expresar lo que se ve de la manera como la vemos por dentro, pues son cosas abstractas que deben materializarse, por eso el proceso creativo y por eso es más sensato simplemente dibujar y plasmar en trazos ya que por dentro son muchas cosas. Las imágenes que nos inspiran son más o menos en cada caso, creo, como el choque de la imagen poética, algo que surge y nos es inevitable expresarlo artística o creativamente. Algunas puede que sean más sublimes y otras muy sencillas, valen siempre que nos toquen y podamos con eso intangible, transformar y generar una materialidad que a su vez logre, si no conmover en el caso del arte, por lo menos tocar al otro de alguna manera, lograr su atención. Claro, no siempre se logra.
¿Te gustan los perros? Sí, me gustan mucho, son hermosos, pero no se me da dibujarlos muy bien. También me gustan los gatos, pero soy alérgica y por esta razón algo obsesiva con los pelos, de tal forma que aunque los ame me cuesta mucho ver pelos adheridos en mi ropa, piel, fosas nasales, cama, carros, etc. Es por esto que la raza de mi perra no suelta casi pelos. Amo a los animales pues me crié muy cercana a ellos. También me gustan especialmente los caballos y las aves. Pero no me gustan los pelos de los perros y los gatos cubriendo todo a mi alrededor.
¿Te has encontrado alguna vez con una bruja? No.
¿Crees en las hadas? En las de Arthur Rackham.
Nombra las tres mejores experiencias como ilustradora: Básicamente es ver como la ilustración abrió un espacio más, un espacio posible para expresarme y trabajar en ello. Con la ilustración a diferencia de la pintura, hay una posibilidad más alta de llegar a más personas. Lo otro es el haber conocido a personas maravillosas gracias a cada proyecto y relaciones asociadas al área. Y el amor hacia los libros para niños, los libros álbum porque hay cosas de verdad tan hermosas para ver.
Nombra tres libros con los que te has sentido una lectora agradecida: Creo que he nombrado muchos libros, pero intentaré precisar algunos, El rumor del oleaje de Yukio Mishima, El dios de las pequeñas cosas de Arundathi Roy y El libro de las ilusiones de Paul Auster e incluiré La poética del espacio de Gastón Bachelard y El principito. Muchos más.
¿A quién le darías el Hans Christian Andersen de ilustración?  Se lo otorgaría –aunque ella no está viva– a Dayal Kaur Khalsa. También investigaría un poco entre los ilustradores iraníes, a ver qué encuentra uno pues creo que pueden haber sorpresas ahí. La verdad me parece un trabajo muy bonito el poder tener la oportunidad de otorgar un premio como éste y tener la posibilidad y responsabilidad de ver muchos trabajos y conocer mucho al respecto. Ojalá, tengo una fantasía, que cuando yo sea mayor, anciana, pudiera tener esta posibilidad, no de ganar el premio, sino más bien poder ver y conocer el trabajo de muchos ilustradores para poder a su vez, con lo que implica la participación de un jurado como lo requiere este premio, poder ser parte y mostrar y llevar el trabajo de ilustración de maravillosas personas por todo el mundo a niños y adultos.
Ilustración de Cynthia Bustillos.







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