Fotografía: José Ramírez. |
Nombre: Cynthia Bustillos
Nacionalidad: Venezolana
¿Dónde naciste? Nací en Caracas, pero viví y me crié en Puerto Píritu, Clarines y en la
hacienda La Goleta, entre otros lugares y espacios. En estos puedo decir que
realmente nací.
¿Qué cosas en tu niñez te inspiraron para convertirte en ilustradora?
En mi infancia yo no tenía consciencia de la
existencia de ilustradores, escritores y artistas. Aunque nací en Caracas como
dije, me crié en un pueblo, Puerto Píritu (yo creí que su nombre se debía a que
vivían ¨espíritus¨ ahí. Pensé que habían suprimido la primera sílaba “es” de la
palabra para darle más misterio o disimular) y viví también en una hacienda
llamada La Goleta. Tenía muy pocos libros
de los cuales uno sí lo recuerdo precisamente por el impacto que me causaron
sus ilustraciones, Cuentos de Hans
Christian Andersen, ilustrados por Arthur Rackhan. Tenía cerca de cuatro años y
vine a saber quiénes eran ellos (Rackham y Andersen) ya casi de adulta –en ese
momento ni me preguntaba quién escribía un libro ni quién lo ilustraba; tenía
menos de cuatro años y creo que ni me preguntaba cómo se hacía un libro ni de
dónde había salido ese en particular– lo que sí recuerdo es haber tenido la
conciencia de no poseer muchos libros y sentir que ese en particular era el
libro más importante que tenía y pensé –lo recuerdo- que como era tan grande con tantas palabras me alcanzaría
para toda la vida. Y no me equivoqué. La imaginación y el mundo que despertó,
resultó inagotable. Fue vislumbrar que no sólo había un mundo “allá
afuera” sino que ahí dentro de ese
libro había otro mundo, eso sí lo sentí. Aun lo conservo, está prácticamente
destruido y en las primeras páginas están mis intentos de unos dibujos de seres
cabezones y unas supuestas letras o garabatos... Esas ilustraciones de árboles
y flores que parecían personas y duendes y sombras me impactaron, creí sin
embargo que tenía un poder mágico porque los duendes, sirenas o hadas, esos
seres me impresionaron y supuse que existirían, pero sabía que eran irreales, fue
muy extraña y fuerte la impresión que causaron las ilustraciones de Rackhan
siendo yo tan pequeña. O así lo recuerdo. Quería saber qué decían todas esas
letras. A los cuatro años yo ya leía corrido, mas ese libro seguía siendo muy
profundo e inmenso. Creo recordar que los primeros cuentos que haya leído
fueron El impávido soldado de plomo, El patito feo, El viejo concialisueños y La sirenita. Me los leía yo misma con lentitud. Ese libro era mi fortuna y tesoro
tratándose de libros, me sentía muy afortunada por tenerlo. Definitivamente las
imágenes me hablaban y cuando comprendí alguna historia, cuando logré terminar
de leer algunas me parecieron tristes e intensas –aunque no ubicara estas
palabras– eran así, lindas aunque tristes, fantasiosas y mágicas y sus dibujos
las hacían el doble de fantásticas y eso que son historias largas con pocas
ilustraciones. Me encantaba ese libro, pero no lo leía mucho, por ser tan
largo, veía más sus imágenes y con eso me bastaba. No leía tanto sino que
jugaba y escuchaba más bien las cosas y la gente del pueblo, las historias, los
cuentos y la forma curiosa como hablaban que yo me empeñaba en imitar, quería
ser como los campesinos o jugar a cosas del campo. A eso jugaba. Creo que
principalmente fue la naturaleza la que me despertó la sensibilidad estética o
el sentido de la poesía y la imaginación, no sé si lo externo es lo que
despierta esos sentimientos o es algo que ya trae uno y simplemente se
despierta en la contemplación de las cosas y las vivencias. En la escuelita del
pueblo donde aprendí a leer pasaban las gallinas frente al escritorio de la
maestra Concha, éramos pocos y no todos niños pues algunos más grandes, adultos
creo, aprendían a leer ahí –por eso creo que todos aprendimos a leer juntos y
tan rápido, pues todos, sin importar la edad estábamos ahí para aprender a
leer–. De esa escuela conservo muchos recuerdos que junto a toda mi infancia,
es algo que atesoro. La lluvia por ejemplo, hacía que el paisaje se viniera o
adentrara, casi cayéndose dentro del salón. O por el contrario el polvo
amarillo parecía cubrir las cosas como una nebulosa. Las gallinas con su paso
diario interrumpiendo me encantaban. La naturaleza con sus formas, colores,
aromas y sonidos fueron mis libros y mis mayores referentes artísticos y experiencias
sensibles. Ir todas las tardes a la playa y quedarnos con mi mamá y mi hermano
ahí en la orilla. Darle de comer a los loros de las vecinas viejitas y su verja
de matas, ver las culebras y cuidar a los animales. Ver el paisaje, ir a ver a
los venados que vivían en un parque, pasear en mi burro –cuando era muy
pequeña– y luego al ser más grande tuve mi propio caballo y cabalgar por la
playa junto a mi hermano más que todo.
Dibujaba personajes, mujeres, espantos y sirenas sobre la arena con una
vara seca o un palito cualquiera, le ponía de complemento algas para hacer los
cabellos, palmas y conchas de coco para los vestidos y restos de mil cosas que
la marea llevaba a la playa de los desechos de los barcos o no sé de dónde;
quizás no eran de los barcos –eso me decía mi mamá, que los tiraban de los
barcos y yo pensaba que lanzaban cosas muy extrañas, hasta cabezas de muñecas
de plástico–. Todo eso creo fue lo que labró la sensibilidad necesaria para que
fuese creciendo esa “mirada” y ya de adulta reconocerme en el arte y los
procesos artísticos como vía inequívoca para expresarme y acercarme al mundo,
al otro. Por otro lado, fue y será
siempre la pintura –para hacer una distinción entre ilustrar– la que marcará
todo el eje de mi expresión. Los libros para niños los conocí ya bien tarde, de
adulta cuando trabajé en el Banco del Libro, institución en la que me formé y
aprendí todo lo que sé sobre libros para niños. Ahí tuve la dicha de enterarme
que dos amigos con los cuales había estudiado arte –me permito nombrarlos–
Laura Stagno y Gerald Espinoza, se habían convertido en reconocidos
ilustradores y pensé que quizá yo también algún día podía ser ilustradora.
Recordé cómo veía pintar a Gerald y Laura que un día me regaló el grabado de un
chivito. Y ahora se dedicaban a ilustrar; eso me sirvió de inspiración y debo
confesar que estaba muy orgullosa de que ellos hubiesen sido mis amigos. Me
costó un poco –lo de llegar a ilustrar y hacerme un pequeño espacio– pero luego
todo marchó muy bien, fue como un destello, de pronto todo se encaminó. Me
marcó positivamente el haber estudiado arte y ser ésta mi formación. También el
trabajo que tuve durante buena parte de mis estudios de arte. Como en el tercer
año de mi carrera tuve la posibilidad de conseguir un maravilloso trabajo en un
proyecto de restauración de obras de arte en monumentos arquitectónicos. Ese
trabajo estuvo lleno de estímulos relacionados al área de historia,
arqueología, fotografía, arquitectura, pintura, muebles, objetos y superficies
en general. Recuerdo con mayor
impresión –por su influencia en mi mirada, en la capacidad de observación– el
trabajo en pintura mural y el decapado de superficies a través de métodos
físicos (con bisturí) y químicos; así como el trabajo de reintegración
cromática en las obras de arte
–específicamente con la técnica llamada *trattegio en los trabajos de restauración de las pinturas de gran formato (Batalla
de Boyacá de Martín Tovar y Tovar y Venezuela
recibiendo los Símbolos del Escudo Nacional, de
Pedro Centeno Vallenilla) adosadas respectivamente en techo y pared, en
monumentos arquitectónicos (en el Palacio Federal Legislativo) que fue donde
hacíamos todo esto –cosa que se
hacía en equipo, pues yo no soy restauradora, lo hacíamos bajo la guía
de especialistas–. El trattegio, en lo que noté que
sobresalía, así como descubrir pistas, datos faltantes, información, consiste
en la yuxtaposición de largas líneas verticales de color puro que se
distribuyen en la laguna o faltantes –de la obra– según el análisis y división
de los colores de la pintura original que la circundan. La tonalidad obtenida
por el artista de la obra con la mezcla de sus colores en la paleta es
conseguida por el restaurador (o técnico) examinando y descomponiendo (en una
paleta) sus valores y distribuyéndolos de nuevo, con el rayado, sobre el
estuco, para que el espectador vuelva a organizarlos y componerlos en su retina
desde lo lejos. Nunca es para imitar el original, estas “rayas” desde la
distancia se observan como un todo, pero de cerca el trabajo de intervención es
y debe ser evidente. El haber podido practicar esta técnica en dos obras
durante tanto tiempo todos los días, generó una formación a nivel visual que me
permitía lograr las combinaciones de color en esas superposiciones, de una
manera muy efectiva, una gran experiencia del color que dudo pueda repetirse en
mi vida; digo de esa forma tan estructurada. Ese trabajo fue una educación de
sensibilidad en todos sus aspectos.
Y, como dije, trabajar en el Banco del Libro, todos estos creo, fueron los
detonantes, referencias y circunstancias que me llevaron al mundo de la
ilustración y los libros para niños ya que de diferentes maneras estimularon y
sirvieron de formación. Debo decir que los amigos que hice en esos espacios, la
escuela de arte, en el proyecto de restauración del PFL y en el Banco del
Libro, fueron determinantes en ayuda, estímulos y referencias que siempre
compartieron conmigo. La ilustración es un oficio lindísimo y me encantan los
libros para niños. Aunque admito que la pintura como forma más autónoma y como
experiencia sensible ocupa el primer lugar en mi ser o más fiel a mi expresión
artística del mundo. Intento en la ilustración, abordar la composición de la
manera y respeto con que lo haría en una pintura, pero son procesos muy diferentes.
No me interesa ilustrar revistas, enciclopedias, libros escolares. Me interesan
libros de ficción y proyectos con visión artística y donde el editor –y no
tanto el autor– tenga el control creativo del proyecto. Sin embargo prefiero ir
poco a poco, agradecer las oportunidades que se presentan e ir escogiendo o
participando en diferentes proyectos pues siempre uno decide si participar o no
–claro, si seleccionan o buscan tus muestras, tu estilo–. Si se casa tu estilo
o expresión con el proyecto editorial o lo que busca el editor.
¿Qué libro relees, qué autor? Releo
especialmente a los poetas. Con la narrativa me pasa que me gusta o bien ir
descubriendo nuevos autores –es decir, uno que yo no haya leído– o tratar de
leer la obra completa de algún escritor que ya me guste. O bien hacerlo con los
clásicos. Para ser un poco más específica, creo que el libro que más releo es
el Kokinshu (poesía clásica japonesa) ni siquiera lo guardo en los estantes, y
luego a Rilke al que suelo volver. Por otro lado, no conozco toda la obra de
Bachelard pero, La poética del espacio siento
que habría que siempre releer –así como El principito– y, por mi parte debo y quiero leer toda su obra. Podría perfectamente
releer todos los libros –todavía no abarco toda su obra– de Yasunari Kawabata y
el ensayo de Junichiro Tanizaki, El elogio de la sombra. Hay otro libro base en mi vida, Reflexiones sobre el Arte de Henri Matisse y ahora recuerdo Cartas a Theo de Vincent van Gogh. Pero en mi cabeza rememoro muchos, muchísimos
pasajes, le debe ocurrir a todos ¿no? de escenas de infinidad de libros. Esas
ensoñaciones me parece pueden ser, como relecturas de esas novelas o narrativas
que tanto disfruté leer. Eso es vital para mí, porque leer es como vivir otras
vidas y luego, al recrearlas de alguna manera se quedan en tu vida. Esas
imágenes se quedan inscritas en la memoria, quizás como un pasado, o un sueño,
como la música. Algunos escritores predilectos –de los que he podido leer pues
mucho es lo que me falta– permanecen fieles en mi gusto son: Yasunari Kawabata,
Yukio Mishima, Banana Yoshimoto, Kenzaburo Oé, Irène Némirovsky, Paul Auster.
Tengo tiempo olvidado a Amos Oz. Amé el libro El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy. La literatura japonesa juega un papel importante en mi
historia personal de la lectura.
¿Qué libro no pudiste terminar, y por qué? Tengo la costumbre de terminar de leer los libros que adquiero. Leer es
mi debilidad y suelo comprar y leer libros por puro placer, por esto los
termino. Supongo que muchos no los terminé, pero ya no recuerdo. Me sucede que
por leer varios al mismo tiempo puede que avance más una lectura que otra, o
que inicie una nueva sin adelantar o terminar una previa, pero es cuestión de
semanas y meses que vaya, con mucho orgullo, placer y algo de lentitud,
terminado de leer mis libros. (Pero la lista o cola de espera crece en vez de
disminuir porque compro libros más rápido que lo que los voy leyendo). Los
libros que tengo por leer los coloco horizontalmente para distinguirlos de los
verticales –que son los que ya he leído– esto me da una idea de cómo voy. Al
terminar de leer uno, pasa inmediatamente a posición vertical. También influye
que leo un poco lento pues imagino y pienso mucho entre líneas. Por otro lado
me interesa básicamente leer libros en formato tradicional; en digital no tengo
tanto ánimo para la lectura, es algo que uso, pero de forma muy puntual y no
exacerba mis deseos por la lectura, no de la manera que me produce el libro de
papel.
¿Qué autor no te gusta? No sé, hay muchos libros
que no me gustan y que podrían no gustarme porque hay muchos escritores. Lo que
me gusta es saber qué quiero leer y sentirme orgullosa de tener unos amigos y
moverme en un círculo de muy buenos lectores, con lo que siempre estoy en el
maravilloso estado de estar leyendo algo bueno o estar a punto de hacerlo o
superarlo. Hay que saber qué quiere leer uno porque a veces es cuestión de una
atmósfera, es decir, entre varios buenos libros puede uno querer algo en
particular y rechazar otros –igualmente buenos– en determinado momento. Así
también pasa en la música ¿no?
¿Cuál es tu ilustrador preferido? Supongo
que Arthur Rackham, Beatrix Potter, Arnold Lobel; me gustaría poder dibujar
como ellos, como un ilustrador antiguo. Me gusta Anthony Browne, Shaun Tan,
Jimmy Liao. La ilustradora francesa de origen iraní Mandana Sadat me cautiva, El
Jardín de Babaï –el corderito– y Mi
león son unos libros preciosos y entrañables.
Ah, y el trabajo de la ilustradora Dayal Kaur Khalsa es algo que me hace
realmente conmover por su plasticidad y libertad, ella es mi preferida, me
quedo viendo siempre sus cuadros, todos sus detalles y sus colores, su forma de
dibujar.
¿Qué libro (o de cuál escritor) te gustaría ilustrar? Sería ideal que ilustrara algo escrito por mí, es lo que debería hacer,
pero realmente el texto, no sé, no me gustaría hacer un texto de relleno ahora
que tanta gente escribe libros para niños. Quizás lo más sensato o grandioso es
simplemente poder ilustrar un buen texto que un editor te envíe. Me hubiese
gustado ilustrar poemas de Eugenio Montejo (Eduardo Polo); me encantaría
ilustrar un libro de algún amigo, tengo amigos muy talentosos pero no puedo
nombrarlos a todos. También tengo un deseo muy especial que una amiga
ilustradora –que ya es famosa, ella sabe quien es, todo el mundo la conoce– que
ella ilustrara un poema que yo tengo sobre un gato sin cola, ella lo quiere
ilustrar pero no hay quien lo publique. Y se me ocurre que me hubiese gustado
ilustrar algo de Rudyard Kipling, El libro de la selva, pero me va mejor ilustrar textos más breves. Sí sé por otro lado para
qué editoriales y con cuáles editores me gustaría trabajar e ilustrar algo,
pero no lo digo por discreción. La figura del editor es muy importante, él
puede asegurar un buen texto –es él quien escoge el texto, al ilustrador, al
diseñador, la imprenta, el tipo de proyecto que quiere editar… en fin, es el
que guía– y es su misma persona la que toma casi todas las decisiones, es
decir, mucho del propio éxito de uno depende del editor, él es el que visualiza
al libro como un todo, como un formato más para expresarse artísticamente.
¿Con qué personaje literario te identificas? Me identifico puede ser con varios, no de una manera tan literal claro,
pero me pasó con los gemelos Estha y Rahel en El dios de las pequeñas cosas; con el personaje Ada en Los perros y los lobos de Irene Nemirovsky. ¿Con Mikage? en Kitchen y otros personajes de BananaYoshimoto. Me identifico en cada obra de
Yasunari Kawabata; parece que me disgrego y reunifico en la infinidad de
personajes de Auster. Con ciertas obras de Mishima siento como un reflejo
anímico en todo el paisaje, es muy raro. Especialmente con más intensidad me
sucedió con El rumor del oleaje. También podría decir
que me identifiqué con algunas pequeñas escenas o momentos, de Mi vida de Hans Christian Andersen, que es su autobiografía. Cuando era pequeña
me identificaba con Pippi Calzaslargas pues tenía mi propio caballo blanco –una
yegua– junto a otros animales, en un espacio donde había más plantas y mar que
personas o niños, como ya he contado.
¿Con qué libro has llorado? Con el primer libro que
recuerdo haber llorado fue con Raíces de
Alex Haley, fue hace muchos años atrás, casi veinte años han pasado creo,
cuando debí guardar reposo por cerca de dos meses y medio a causa de una
hepatitis. Recuerdo que tomé el libro simplemente por su grosor y que la
portada me parecía horrible, pero ya sabía que debía quedarme en cama.
Supongo
que sus primeras frases llamaron mi atención puesto que de lo contrario no lo hubiese leído. Pensando, por
cierto, en la enfermedad, quizás no sea lo ideal, pero la enfermedad puede
inclinar con mucha intensidad a la lectura, ya que es inevitable que no
pudiendo uno bajarse de la cama, ni salir de una habitación, se refugie en la lectura
o mirar por la ventana o encontrar hasta un mundo en las vetas de las paredes o
el techo. Será por esto que siempre usan el libro relacionado con esa metáfora
de una ventana o del viaje; desde la inmovilidad viajas a muchas partes y es
como si hablaras con muchas personas que sería imposible conocer en una
habitación de una clínica o en tu propia habitación. He llorado con muchos
otros, con El libro de las ilusiones de
Auster, con El Sari rojo de Javier Moro –lloré y
estuve muy triste por la muerte de Indira Gandhi y luego la de Rajiv, aunque
esos sucesos ocurrieron ya hace tantos años–, con Banana Yoshimoto, con Yukio
Mishima, no sé, soy muy sensible a la lectura pues me introduzco en el texto o
él en mí, de una manera muy vital. Los autores japoneses suelen ocasionarme los
choques más conmovedores en belleza, poesía, sutileza y tristeza; y la
emotividad de sus paisajes la he encontrado –aunque de una manera muy distinta–
en algunos textos de autores haitianos; esa pasión e influencia del paisaje en sus
páginas y emociones.
¿Qué es lo peor que podrían decir de tu trabajo? No sé. La gente sí me ha dicho cuáles les gustan más que otros entre los
que he realizado.
¿Qué clase de trabajo debes hacer, dada tu profesión, pero que no te
gusta? Yo soy pintora, de formación, espíritu y
oficio, así que haga lo que haga incluso cuando no esté pintando, sigo siendo
esencialmente pintora, pues así es como me acerco al mundo. Es decir, aunque
haga algo, una actividad que me guste o no me guste, por dentro siempre soy pintora
y eso nadie puede quitártelo. Es como un espacio del ser. Luego, como
ilustradora lo que menos me gusta principalmente son proposiciones de libros
para terminar en uno o dos meses; pintar con prisa es un trabajo espantoso
–como comida rápida o relaciones superficiales– . Lo otro que no me agrada son
contratos sin derecho de autor o regalías de un porcentaje minúsculo como
hormiga –prefiero leer o pintar un cuadro– ir a mi oficina a trabajar ya que
por ello me pagan. Y tomar un pincel para terminar rápido cualquier cosa o
someterme a una presión innecesaria relacionada a la pintura no es algo que
pueda agradarme, necesito cierto tiempo. Claro que hay sus excepciones, casos
que uno decide tomar porque te interesan otras cosas, trabajar con cierto equipo,
editor, diseñador, para una editorial “x”, por diversas causas o momentos, pero
uno decide. Lo otro que no me agrada mucho es tratar directa y hasta
indirectamente con el autor, para mí el que concibe el libro es el editor y con
éste es que me gusta relacionarme y tratar laboralmente. Que tenga una cultura
visual que le permita hacer, corregir y dar libertad de acción en el proceso
creativo; comprendiendo que hay tiempos de entrega que deben cumplirse. Pero
bueno, uno va trabajando como bien puede. De todas formas yo no vivo de
ilustrar. Por otro lado, no puedo dejar de sentir una ruptura en el proceso
creativo –y esto, creo es por ser pintora– entre la pintura y la ilustración,
son oficios hermosos y aunque en ambos trabajo con pinceles, son ámbitos muy diferentes.
Y no es precisamente porque yo subestime la ilustración pues intento como ya he
dicho, abordar cada lámina como un espacio compositivo, con el mismo respeto
que le doy a otro. Pero es la secuencialidad y el trabajar en equipo –con
materia de otros lo que inevitablemente lo hace diferente. La libertad y el
espacio casi unificado, el ritmo, el tempo que me otorga la pintura es
imposible –para mí– obtenerla en la ilustración. Es muy interesante las
variaciones en las cosas. También es como restaurar un cuadro; hay cosas que se
parecen, se tocan, pero no se sienten igual. Sin embargo la intención, el
acercamiento y la actitud sencilla que se genera en la misma acción de tomar un
lápiz, un pincel en un soporte cualquiera; un trazo, una pincelada, tienen en
sí mismas una fuerza primigenia sea cual sea el contexto.
¿Cuál ha sido aquél trabajo que te salió tan mal que no quisieras
recordar?
No soy tan famosa ni he realizado tantos trabajos, por lo tanto no puedo
decir todavía que de algo me arrepiento. Estoy muy agradecida de cada uno de
los trabajos de ilustración que he realizado. Mi preferido en cuanto a proceso,
dirección y consecución, fue mi primer libro con Camelia ediciones; también el
que dirigió María Fernanda Paz Castillo, A la una la laguna de Jairo Ojeda con Random House Colombia. Creo que con lo que respecta
a mi parte (desde el resultado final hasta el cumplimiento de los tiempos con
los que procuro ser muy responsable y puntual) he hecho muy bien mi trabajo en
los diferentes proyectos en los que he participado. Particularmente hasta ahora
no quisiera ni olvidaría ninguno de ellos, ni a las personas con las que he
trabajado, pero repito, no he trabajado tanto. Y claro hay cosas que salen
mejor que otras por tantos motivos. Estos dos proyectos que te nombro en
particular me gustan mucho por el proceso creativo tanto personal como el
proceso de edición que tuvieron, eso en conjunto. Puede como ya dije, que haya
cosas que nos gusten más y procesos más afortunados que otros, pero de verdad
me ha sido muy grato y me siento muy agradecida de las experiencias en las que
he participado como ilustradora.
¿Consideras que tienes un estilo? Sí,
considero que tengo un estilo –esta es mi opinión– que es inevitable tener un
estilo. El estilo es el rasgo, la expresión de lo que uno es. Cuando los otros
nos presienten, nos descubren, nos reconocen en una pintura o ilustración, o en
cualquier manifestación artística que hagamos, no es porque nos “repetimos”
sino que no podemos dejar de ser quienes somos y esto se ve reflejado en
nuestro trazo y en todos los elementos de nuestra composición (cómo son
nuestras líneas, contornos, colores, vacíos). Ciertamente esto sucede o es algo
que se va construyendo y va surgiendo como un hecho natural en el proceso
creativo de toda persona. Inclusive cuando uno por etapas ve que ha hecho cosas
muy diferentes, si uno deja pasar los años y coloca todas esas piezas en
retrospectiva, estoy casi segura de que puede uno encontrar los hilos
conductores que unen todo eso que nos parece tan diferente; no sé si me
explico. Supongo que quizás alguien más direccionado al área publicitaria,
pudiera hacer eso de “cambiar de estilo” o adaptarse al cliente o generar
diferentes propuestas de una sola idea, no lo sé. Creo que cuando un editor lo
busca a uno, le pide hacer unas muestras y lo casa con un texto o proyecto
editorial, es precisamente por todo lo que ve, lo que le dice nuestro estilo,
nuestra expresión plasmada en una superficie. Es nuestra manera de ver las
cosas que se cristaliza en cada uno de los elementos del lenguaje plástico, de
nuestro dibujo, técnica, etc. Creo que tratándose de la expresión artística,
pictórica; en nuestro estilo nos reflejamos como personas, es como si cada acto
cotidiano y el más íntimo pensamiento, se hiciera forma evidente plasmada en
una ilustración, o en una pintura. Nuestro proceso creativo cristaliza en una
materia, y ésta refleja nuestra expresión –y me permito ir más lejos- refleja
incluso nuestro espíritu, en la manera como trazamos. Bueno, como dije, esta es
mi opinión y supongo que no todos pensamos igual o no lo veamos necesariamente
así. A mi me gusta ver el estilo de los otros, ahí veo a la persona, la
distingo.
¿Qué sientes cuando estás frente a una hoja en blanco? Básicamente que mi cabeza empieza a hacer mil relaciones, pero que no
surgen necesariamente ahí pues previamente ya hay detonantes, el texto en el
caso de la ilustración y cuantos otros referentes que guardamos en la memoria.
Ahí empiezan todas las relaciones y viene la idea que se concreta, que se hace
línea, gesto, secuencialidad. Otras cosas surgen en el mismo proceso.
¿Qué lugar de tu casa prefieres para ilustrar? Toda mi obra pictórica y mi trabajo de ilustración lo he hecho en mi
habitación, que es la más grande de mi casa y donde siempre he procurado tener
un espacio y las herramientas más básicas o necesarias para trabajar. Ahí
genero todo.
¿Qué te inspira? No puedo decir
exactamente lo que me inspira ya que me resulta algo dificultoso expresarlo. Es
una mezcla de todo, de la mirada, de referentes, de imágenes reales,
ensoñaciones cinematográficas, de lecturas, sentimientos o emociones. Los
árboles, la incidencia de la luz sobre las cosas, el recuerdo del mar y los
caballos, la fuerza poética de la literatura japonesa y su cultura. De mis
libros en general. La imagen y la mirada viene y concreta todo, pero es como si
nunca fuese lo que uno vio sino otra cosa nueva o simplemente la imposibilidad
de expresar lo que se ve de la manera como la vemos por dentro, pues son cosas
abstractas que deben materializarse, por eso el proceso creativo y por eso es
más sensato simplemente dibujar y plasmar en trazos ya que por dentro son
muchas cosas. Las imágenes que nos inspiran son más o menos en cada caso, creo,
como el choque de la imagen poética, algo que surge y nos es inevitable
expresarlo artística o creativamente. Algunas puede que sean más sublimes y
otras muy sencillas, valen siempre que nos toquen y podamos con eso intangible,
transformar y generar una materialidad que a su vez logre, si no conmover en el
caso del arte, por lo menos tocar al otro de alguna manera, lograr su atención.
Claro, no siempre se logra.
¿Te gustan los perros? Sí, me gustan mucho, son
hermosos, pero no se me da dibujarlos muy bien. También me gustan los gatos,
pero soy alérgica y por esta razón algo obsesiva con los pelos, de tal forma
que aunque los ame me cuesta mucho ver pelos adheridos en mi ropa, piel, fosas
nasales, cama, carros, etc. Es por esto que la raza de mi perra no suelta casi
pelos. Amo a los animales pues me crié muy cercana a ellos. También me gustan
especialmente los caballos y las aves. Pero no me gustan los pelos de los
perros y los gatos cubriendo todo a mi alrededor.
¿Te has encontrado alguna vez con una bruja? No.
¿Crees en las hadas? En las de Arthur Rackham.
Nombra las tres mejores experiencias como ilustradora: Básicamente es ver como la ilustración abrió un espacio más, un
espacio posible para expresarme y trabajar en ello. Con la ilustración a
diferencia de la pintura, hay una posibilidad más alta de llegar a más
personas. Lo otro es el haber conocido a personas maravillosas gracias a cada
proyecto y relaciones asociadas al área. Y el amor hacia los libros para niños,
los libros álbum porque hay cosas de verdad tan hermosas para ver.
Nombra tres libros con los que te has sentido una lectora agradecida:
Creo que he nombrado muchos libros, pero intentaré
precisar algunos, El rumor del oleaje de
Yukio Mishima, El dios de las pequeñas cosas de Arundathi Roy y El libro de las ilusiones de Paul Auster e incluiré La poética del espacio de Gastón Bachelard y El principito. Muchos más.
¿A quién le darías el Hans Christian Andersen de ilustración? Se lo otorgaría –aunque
ella no está viva– a Dayal Kaur Khalsa. También investigaría un poco entre los
ilustradores iraníes, a ver qué encuentra uno pues creo que pueden haber
sorpresas ahí. La verdad me parece un trabajo muy bonito el poder tener la
oportunidad de otorgar un premio como éste y tener la posibilidad y
responsabilidad de ver muchos trabajos y conocer mucho al respecto. Ojalá,
tengo una fantasía, que cuando yo sea mayor, anciana, pudiera tener esta
posibilidad, no de ganar el premio, sino más bien poder ver y conocer el trabajo de muchos ilustradores
para poder a su vez, con lo que implica la participación de un jurado como lo
requiere este premio, poder ser parte y mostrar y llevar el trabajo de
ilustración de maravillosas personas por todo el mundo a niños y adultos.
Ilustración de Cynthia Bustillos.
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